En una ocasión, un chamancito me contó: El camino para llegar al espíritu está inscrito en el cuerpo, pero para llegar a uno primero hay que limpiar el otro. En ese momento me inicié en las ruedas de plantas curanderas para depurar la matriz, en el alimento como medicina escogiendo el sendero de la nutrición evolutiva y tantas otras herramientas que utilizo en mis espacios, pero llegó un momento en que me di cuenta que para ser una creadora de salud total, aún me falta integrar algo muy importante: El movimiento.
Pero no un movimiento cualquiera, si no un movimiento antiguo, primigenio y ancestral, que guardianas y portadoras de los cuidados uterinos, han custodiado por mucho tiempo.
¿Dónde? En sus propios cuerpos.
¿Cómo? A través de la danza útera.
Así fue, como me fui llevando a lugares, donde la medicina -como digo últimamente- no se explica, si no que se practica.
Empecé a llevarme a lugares donde las mujeres reímos, bailamos, nos lloramos encima, no abrazamos, nos sostenemos la mirada y experimentamos en nuestra propia piel, lo balsámico que se siente recuperar esos espacios, ese tejido colectivo, en el que las mujeres podemos por fin descansar de nuestra esforzada búsqueda ahí fuera y re-cordar. Re-cordar del latin re-cordis, volver a pasar por el corazón.